Conocidos son la afición a las tascas y el résped de Quevedo. De la fusión de ambas con su inefable ingenio surge una de las anécdotas más ilustrativas de su perfil y de su época.
Cuentan que D. Francisco se encontraba con sus amigos en la taberna sacando punta a los cotilleos y habladurías de la corte.
Pero ése día su afilado verbo apuntó a la reina Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, que sufría de cierta cojera.
Y apostó con sus amigos que él le llamaría "coja" a la cara sin que la reina se ofendiese ni él mismo incurriese en grave desacato.Al parecer, el monto de la apuesta ascendió a "Mil dineros pusieron sobre la mugrienta mesa y si Quevedo ganaba, recibiría otros mil del Marqués de Calatrava".
Allá fue, pues, nuestro ínclito personaje a cumplir su apuesta:
Llegado el día decidido se presentó Quevedo ante la soberana portando en su diestra una rosa y un clavel en la siniestra.
Ahí estaba toda la corte reunida y ante público tan noble, a modo de testigos, mostró ambas flores a la reina para que admirara su textura y gozara de su aroma y entonces haciendo una reverencia le declaró:
"Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja"
Llegado el día decidido se presentó Quevedo ante la soberana portando en su diestra una rosa y un clavel en la siniestra.
Ahí estaba toda la corte reunida y ante público tan noble, a modo de testigos, mostró ambas flores a la reina para que admirara su textura y gozara de su aroma y entonces haciendo una reverencia le declaró:
"Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja"
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