Muchos buscan seguridad en la inversión tratando de acertar más. Otros intentan encontrar el indicador mágico, el gurú definitivo o la técnica secreta. Pero la realidad es otra: la seguridad no nace del acierto, sino de la aceptación del fallo. Y aquí es donde empieza todo.
La primera clave, la más difícil de asimilar, es esta: entro a cada operación pensando que la voy a fallar.
No es pesimismo; es realismo matemático.
Mi sistema, mi forma de operar agresiva y mis ratios, me dicen algo que la mayoría no quiere aceptar: voy a fallar entre un 56% de las veces. Es decir, voy a perder seis de cada diez empresas que invierta.
¿Cómo se puede tener seguridad con ese porcentaje de acierto?
La Ley de los Grandes Números: Entendí que la clave no es la secuencia, sino la esperanza matemática. Sé que voy a fallar, pero también sé que cuando gano, gano muchísimo más de lo que pierdo en seis fallos pequeños.
La Paciencia de la Disciplina: Mi trabajo es simple: ejecutar mi plan muchas veces. No me preocupan las operaciones perdedoras, porque sé que están incluidas en el 56% que ya tengo asumido. Ojo el otro 37% me compensa ese 56% de fallos y solo el 7% de mis aciertos me hacen ser rentable, muy rentable.
Mi seguridad viene de tener cero expectativa en la operación individual. No tengo prisa, porque sé que la rentabilidad llegará con el volumen de operaciones y el tiempo, sobre todo de este último.
Si la inversión fuese solo conocimiento, todos seríamos millonarios. El verdadero obstáculo es el ego, la avaricia y la esperanza: la propia naturaleza humana.
Cuando hablo de la "habilidad suprema" no me refiero a ninguna técnica de gráfico. Me refiero a la batalla que se libra en tu cabeza. Y lo digo con conocimiento de causa:
Yo me consideré un ludópata.
Sí, pasé por la frustración de no poder respetar mis propias normas.
Mi punto de inflexión fue una conversación brutal conmigo mismo: "¿Qué mierda soy? Si no soy capaz de cumplir una regla tan simple y objetiva, ¿para qué valgo?"
Mi seguridad actual nace de haber ganado esa pelea de amor propio. La gestión de riesgo es la prueba de fuego de tu autodisciplina. Si no puedes respetar tu plan de riesgo, no tienes un problema con el mercado, tienes un problema contigo. El conocimiento se aprende, el mindset se forja a golpe de frustración y compromiso.
Veo miles de cursos prometiendo enseñarte a operar, casi siempre impartidos por chavales de veintitantos. Y sinceramente, pienso una cosa muy simple: si de verdad hubieran ganado dinero, no estarían viviendo de vender cursos. Me pasa igual cuando analizo gestores: el 99% no baten al mercado y muchos acaban palmando pasta. Gestionar un fondo es casi una trampa psicológica: límites legales que te obligan a vender cuando deberías aguantar, y partícipes que, en cuanto aparece un cisne negro, sacan el dinero y obligan al gestor a liquidar en el peor momento.
A veces pienso que ojalá, hace diez años, hubiera conocido al Óscar Cavero de ahora. Me habría ahorrado golpes, humo, gurús y falsas promesas. Pero también sé que ese aprendizaje tiene un precio, y en mi caso, el precio ha sido la soledad: invertir como creo que se debe invertir te deja sin ruido y sin compañía, pero con claridad. Me aparto de cualquiera que me intoxique aunque sea un ápice; no quiero ruido, no quiero opiniones huecas y no quiero a gente que habla sin haber ganado un euro en su vida.
Y si alguien quiere asesoramiento, no soy barato ni accesible pero si muy rentable. Primero tendría que analizar si realmente puedo hacer algo, porque no todo el mundo sirve para invertir. Mucha gente quiere ganar sin pasar por el proceso, sin disciplina, sin paciencia y sin soportar dolor. Y eso, en este juego, simplemente no existe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario